Por Amparo Osorio
La alta memoria de sus ancestros habita la obra de Manolo Colmenares, no sólo como confirmación y hallazgo, sino como lúdica que se ejerce para magnificar los elementos aborígenes y reinaugurar con ellos el llamado de nuestras cosmogonías.
En su obra, notable fusión del arte precolombino con formas de la contemporaneidad impuestas por Giacometti y Henry Moore, el artista plasma en diversas técnicas los ritos cotidianos, la vida comunitaria, los juegos, el vínculo con la caza y la pesca, los laberintos amorosos, e incluso el pensamiento cósmico de nuestras culturas prehispánicas.
Recorriendo la múltiple propuesta escultórica de este fundador del Movimiento Artístico Cultural Indígena MACI, asistimos a la exaltación de los universos míticos de Bachué, Bochica, Chiminigagua y Xue, representaciones constantes en la imaginación de quien podríamos decir es el precursor de la integración de bronce y cerámica en Colombia.
Esculturas de luz y oscuridad, que en ocasiones son realzadas por colores vegetales. Pátinas que nos recuerdan la tierra, las montañas. Obras que ahondan en la naturaleza de sus protagonistas legándonos duales universos perplejos. Superficies inconclusas para el goce de la imaginación, que deben ser completadas por el observador, obligado a descifrar su lenguaje de sugerencias y sensaciones.
El homenaje al equilibrio es latente en su obra. El territorio de lo circense plantea la paradoja entre el pesado metal y la levedad de las acciones descritas. Sus creaciones voluminosas se vuelven etéreas al cruzar una cuerda floja, los acróbatas parecen suspendidos por una fuerza misteriosa que niega su poderosa materia. La gravedad es criticada por la sutil estética de un movimiento definitivo.
Junto a ellos, gravitando bajo el influjo de los astros, nos alcanzan las pulsaciones de sus otros seres imaginarios: hombres y mujeres demediados que aluden a nuestro trágico devenir, personajes escindidos que sólo poseen medio cuerpo para expresar su desolación; figuras meditativas y andróginas cuyo rostro es apenas un contorno para que el espectador continúe su exploración íntima; piedras talladas por los espíritus solares y lunares que el artista ha venido cincelando a lo largo de todo nuestro territorio como tributo a la arquitectura indígena; músicos de cuerpos desarticulados con las extremidades suspendidas para que cada ojo complete su misterio; serpientes que se tañen como flautas por cuyos orificios continúa fluyendo una música ancestral; y huellas, multiplicidad de huellas y señales que Colmenares va tejiendo entre aleaciones de metales y elementos (bronce, barro, terracota, chatarra, vidrio), que son audazmente puestos en escena por el escultor para que respiren y revelen prismáticos y nuevos universos, y para que penetremos ritualmente en sus espacios, impregnados de un toque de sentida poesía, esa que sin lugar a dudas lo coloca entre los más significativos y principales creadores del país.
Manolo Colmenares (Bogotá - Colombia, 1953). Maestro en Bellas Artes con especialización en escultura, de la Universidad Nacional de Colombia. Ha participado en importantes exposiciones entre las que resaltamos: Salón de Octubre del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá, Alianza Francesa, Salón Internacional de Agosto de la Fundación Alzate Avendaño y Galería Darío Lunar de la Universidad del Zulia, Venezuela. En 1993 realizó la exposición Arte a la calle. Pintó los murales Madre Tierra, Creación del Mundo (Suba, 1995) y Día de los niños (Centro Bulevar Niza, Bogotá, 1997), y esculpió su colosal obra Amérika ubicada en la Universidad Nacional de Colombia.
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