El viaje en el tiempo
Por Alvaro Medina
En diciembre de 1983, Ramírez Villamizar realizó un viaje al Perú que le deparó la revelación de Cuzco y Machu Picchu. Al año siguiente realizó las primeras esculturas de un nuevo ciclo temático, gracias a las cuales pudo presentarse renovado en la exposición que el Museo de Arte de la Universidad Nacional organizó en 1985, en Bogotá. Se titulaba significativamente Recuerdos de Machu Picchu. No exagero si afirmo que esa muestra constituye un hito mayor del arte latinoamericano del siglo XX. El escultor había abandonado el precolombinismo genérico de sus etapas anteriores y había empleado considerablemente, con personalidad, los territorios de su estética. Los títulos pasaron a ser referencias concretas. Los temas aparecen imbuidos de misterio. La lámina de hierro mostró desnuda para revelar los efectos implacables de la corrosión, que el tiempo acentúa. Lo ritual se apoderó de las formas. La imaginación se puso al servicio de la emoción que sentía el escultor ante las maravillas que sus ojos habían descubierto en Tahuantinsuyu o territorio del antiguo estado de los Incas.
No hay que asombrarse. El artista se había estado preparado sin saberlo. Luego de despeinar con hierro al aire que fluye, todo era posible y las obras de homenaje a Machu Picchu son la prueba. El resto es crónica. La crónica del alto vuelo que Ramírez Villamizar elabora, cortando y doblando la lámina metálica, para expresar impresiones entreverados de admiración y nostalgia ante las terrazas labradas por el agricultor indoamericano cuyos canales siguen conduciendo el agua cristalina, ante las cascadas rumorosas y los silbidos de los ventisqueros, ante el caracol y la flor de los Andes, ante trajes y mantos, ante el puente que salva el abismo y ante esa piedra cansada que los constructores tallaron pero que jamás llegaron a integrar en un muro.
Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona, 1923 - Bogotá, 2004). Escultor y pintor nortesantandereano. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Bogotá. Viajó a París en la década del cincuenta donde asumió la estética que lo caracterizaría, donde la búsqueda de formas geométricas y la abstracción serían protagónicas. Residió en Nueva York de 1967 a 1974. Allá concibió sus Círculos interceptados y las Cámaras en progresión de gran importancia en su evolución creativa. En Estados Unidos realizó esculturas en hierro para sitios públicos entre las que sobresalen la Columnata del Fort Tryon Park y su conocido Hexágono, ambas ubicadas en Nueva York. Posteriormente en Bogotá, trabajó en las 16 torres situadas en la Avenida Circunvalar de Bogotá que gozan de gran prestigio y el Espejo de la luna de la calle 100 de Bogotá.
Su Caracol-pájaro, sus Peines de viento y su Insecto-nave espacial, demuestran la madurez de su escultura. En la década del ochenta viajó al Perú y a su regreso creó una de sus series más significativas: Recuerdos de Machu Picchu, donde las referencias al arte precolombino son numerosas y los homenajes al arte incaico de una gran sutileza