GREGORIO CUARTAS

Rompiendo el puro aire

Por Germán Arciniegas

Llegó un día a Florencia un muchacho de Colombia cuyo aprendizaje en su tierra había sido más cercano a la vida de la montaña que a la escuela. Había nacido de padres campesinos en una hacienda de caña de azúcar. La casa era como un gran balcón mirando al monte. El aire olía a miel y azahar. En la noche, de un soplo se apagaban las velas y la luz de la luna se colaba por las rendijas de las ventanas.

En los domingos se levantaban todos para ir a misa, y a las cinco de la mañana bajaban a pié por caminos de piedra. Entonces veía deshacerse la oscuridad en un azul de leche apuntado por estrellas blancas, hasta que el sol radiante caía sobre las piedras. Esta lección de luz y vida transparente pudo en él más que dibujar al carboncillo Apolos en la escuela de Bellas Artes de Medellín. Cuando se vio frente al cielo de Italia y comenzó a pintar o mirando a Fiésole o mirando a San Miniato, pensaría en las mañanas de su infancia. Y se enteraría de que un campesino del Migello, acariciando con el alma las colinas de Vespignano, se había preparado para ser el mejor pintor del trescientos: lo llamamos el Giotto.

A Gregorio Cuartas el pintor de este relato, se le abrieron horizontes insospechados viendo los retratos de Ghirlandaio o de Botticelli, los frescos de Piero della Francesca en Arezzo. El tiempo ha tendido sobre muchas de esas obras crespones de polvo y humo, y quien ve danzar a las mujeres de los pies desnudos en la Primavera de Botticcelli no alcanza a imaginar lo que fue la frescura maravillosa de esos prados floridos. Mientras trabajaba en la Academia de San Marcos, Cuartas sentía que se le iba la imaginación de pintor por las lejanías infinitas de una transparencia que traía del mundo de su infancia y se proyectaba en lo que dieron ser las claridades de aquellos pintores florentinos.

Quería pintar con colores que el tiempo no ensuciara, y colocar sus figuras dentro de una atmósfera dfana, impoluta. Tal vez por eso se fue una vez a un monasterio de benedictinos; en Francia, donde pasó cuatro años pintando en una paz de Dios. Su destino sería París, y a París se vino trayendo en su morral de peregrino todas estas experiencias de las montanas vírgenes, de los Pieros, Giottos, Ghirlandaios y Botticellis, de la paz en el monasterio de la Pierre qui Vire... Venía para pintarse él mismo, y ver a los demás, envueltos en una caridad que dejara a la vista las más remotas lejanías. Pintar, para él, quiere decir pintar sin prisa, y como su ejercicio es de sutileza y amorosa finura, trabaja con pinceles delgados como un pelo y pone en su caballete, ante que la tela, la poesía. Como si pintara en el aire límpido, en el espacio sin mácula. Fray Luis de León decía: "Rompiendo el puro aire..."


Gregorio Cuartas es un enigmático pintor colombiano (Antioquia, 1938) que vive temporadas en Italia y otras en Francia, donde realiza su decantada obra. Es reconocido por sus retratos y su arte litúrgico.